domingo, 11 de marzo de 2018

Mujeres en la batalla de Brunete

En julio de 1937, cuando había transcurrido un año desde el golpe de estado que dio inicio a la GCE, las dos fuerzas enfrentadas ya habían alcanzado un alto grado de maduración y perfeccionamiento si las comparamos con lo que eran en sus respectivos comienzos. Aun así, en ese segundo verano de guerra, en el campo republicano  todavía quedaba mucho por hacer para poder contar con un Ejército regular al estilo de los que existían en el resto de naciones con un grado de desarrollo económico, industrial y social similar al de la España de preguerra.

En el Ejército español de los años 30, y por tanto entre las fuerzas militares sublevadas, la presencia femenina era nula, como también lo fue en las estructuras paramilitares o premilitares que existían en la trama civil dispuesta a salir a las calles para colaborar con el golpe apenas este se produjera. De esta forma, no existen evidencias de que hubiera mujeres empuñando armas entre los falangistas, los carlistas o los miembros de la JAP en los primeros días o semanas de guerra. 

Un año después del 18 de julio de 1936, en el campo franquista la situación seguía siendo básicamente la misma en ese aspecto: las mujeres habían ganado un lugar destacado en las plantillas de la sanidad militar y en las organizaciones dedicadas al esfuerzo de guerra en la retaguardia, pero seguían completamente ausentes de las unidades armadas, y así sería hasta el final de la guerra. El papel que desempeñaron las mujeres en la zona rebelde fue importante, pero apenas hubo ruptura con su rol tradicional, fijado por el dominio masculino, la Iglesia y las costumbres. Incluso el comportamiento de las organizaciones de la nueva derecha (fascista) no se alejó del punto de partida social previo a la guerra, contribuyendo a que la mujer quedara siempre subordinada al hombre y a la autoridad establecida, con la atención a la familia como principal esfera de desarrollo personal.  

En el campo republicano por el contrario, la ruptura del orden establecido que provocó la rebelión militar supuso una oportunidad inmejorable para que la soberanía popular representada por las organizaciones obreras, de izquierda, y en general leales al gobierno legítimo, se abriera paso como una marea incontenible. En pocas jornadas, la estructura social y las relaciones de poder de la España que se mantuvo republicana superaron ampliamente lo conseguido desde 1931, cambiando radicalmente a favor de la clase trabajadora y de la emancipación de la mujer. 

Se trataba de un avance revolucionario e inimaginable en otras condiciones, pero para mantenerlo, resultaba imprescindible derrotar a la reacción, ya que en caso contrario sin duda se retornaría a una situación todavía mucho peor que la de partida. Para esa mayoría social que vivía en la zona en la que fracasó la sublevación la perspectiva inmediata era por tanto la de una lucha a muerte por el progreso, la igualdad y la justicia social, y para ganar, tan importante resultaba organizar las nuevas fuerzas populares para resistir frente al avance enemigo como ejercer a fondo los nuevos derechos conquistados para romper la inercia secular de una sociedad clasista y dominada por la Iglesia. Estos nuevos derechos, muy especialmente en el caso de las mujeres campesinas o de la clase trabajadora urbana, abarcaban todas las facetas de la vida, incluido algo tan masculino hasta entonces como era la posibilidad de empuñar armas y estar presentes en los lugares más peligrosos del frente. En julio de 1936 empezaba una guerra que involucraría de una u otra forma a toda la población española, incluida por supuesto la mitad femenina, que en la zona republicana se lo jugaba todo y por ello, se movilizó.

En combinación con las fuerzas del orden y los restos de unidades militares leales, las milicias populares antifascistas, contando con mujeres en sus filas, permitieron mantener viva la zona republicana durante los primeros meses de guerra. Según el sector de frente que se considere, la acción de estas fuerzas combinadas logró frenar o entorpecer el avance de unidades militares enemigas convencionales mucho mejor mandadas, armadas e instruidas, pero incluso desde antes  que los sublevados ocuparan Toledo capital e iniciaran un avance implacable sobre Madrid, para el alto mando republicano estaba clara la necesidad urgente de la militarización de las milicias. Este cambio fue un proceso complicado y costoso que en torno a Madrid se aceleró durante la batalla defensiva y prácticamente quedó culminado al comenzar 1937. La nueva organización regular del Ejército popular dispuso que las escasas mujeres entonces todavía presentes en primera línea debían dejar las armas para pasar a aportar su esfuerzo de guerra en servicios o áreas como la sanidad militar, la defensa pasiva, la agricultura, las milicias de la cultura o la producción de guerra, al tiempo que seguían participando de la transformación social iniciada a raíz del comienzo de la guerra a través de la militancia en las organizaciones populares.   

Batalla de Brunete

Teniendo en cuenta estos antecedentes, para hablar de la participación femenina en la batalla de Brunete tendremos que diferenciar inicialmente dos situaciones: la que sufrieron las y los civiles que vivían en los pueblos atacados por las fuerzas republicanas, y la que afectó a las mujeres que estaban vinculadas de una u otra forma a las fuerzas combatientes de los dos ejércitos.  El primer grupo lo formaban los escasos pobladores que aún permanecían en Brunete, Quijorna y las dos Villanuevas y fueron sorprendidos por el inicio de los combates, consiguiendo escapar generalmente hacia la zona en poder de los sublevados. Mayoritariamente, esta población civil no había querido o necesitado abandonar estos pueblos cuando en noviembre de 1936 fueron ocupados por las columnas franquistas en su marcha hacia Madrid o en la posterior batalla por la carretera de La Coruña, por ello, parece lógico que al empezar a ser atacados sus pueblos salieran hacia el oeste y no hacia Colmenarejo, Valdemorillo o Madrid (zona republicana).  

Mujeres en los Cuerpos o Servicios del Ejército, en retaguardia

Al referirnos al segundo grupo, el de las mujeres militarizadas, primero hay que señalar que una vez que estuvo iniciada la batalla de Brunete, tanto la zona republicana como la franquista tuvieron dos áreas bien delimitadas y con normas específicas: el campo de batalla propiamente dicho y la zona de los ejércitos, en la retaguardia del anterior. En ambos espacios actuaron los distintos escalones de las unidades armadas y sus servicios correspondientes, teniendo cada uno sus características propias respecto a la presencia femenina.
En las dos retaguardias inmediatas al campo de batalla de Brunete, donde se abastecían las unidades y donde eran evacuados los heridos, hubo mujeres sobre todo en los hospitales de sangre, ya fueran de campaña (más cercanos a la línea de frente) o de primera evacuación (más alejados), y en todos, ellas trabajaron fundamentalmente como enfermeras y en tareas de administración. Del lado republicano sabemos de la existencia de este tipo de hospitales en El Escorial, Galapagar, Torrelodones, Hoyo de Manzanares, El Goloso y  en Madrid (allí, en torno a 25). A retaguardia de las tropas franquistas existieron hospitales importantes al menos en Griñon, Getafe y Pinto, siendo el primero de ellos de enormes dimensiones y capacidad, al punto que llegó a contar con su propio ramal de ferrocarril de acceso, construido en tiempo record. Al final de la guerra, este hospital, situado en el colegio de Los Salesianos, había atendido a más de 70.000 heridos y enfermos.

Equiparables seguramente en número y en entrega a su trabajo, las cientos de enfermeras que hicieron la guerra en los hospitales de los ejércitos enfrentados en torno a Madrid también se diferenciaban por varias cosas, siendo una de ellas la importante fracción de enfermeras religiosas que existió en el campo franquista, que habrían pertenecido a las siguientes órdenes: Hermanas de la Caridad, Hijas de la Caridad de San Vicente Paul, Hijas de Santa Ana, Hermanas de San José, Carmelitas, Mercedarias, Madres del Sagrado Corazón, Madres Irlandesas, Madres Clarisas, Siervas de Jesús, Hermanas de la Cruz y Hermanas de los Pobres. Junto a las religiosas, hubo otro importante grupo de enfermeras civiles voluntarias, y de estas últimas, ninguna fue considerada como miembro del Ejército, pero sí era posible para ellas tener militancia en organizaciones como FET - JONS. Todas, civiles y religiosas, estuvieron bajo el mando de la Inspección General de los Servicios Femeninos, siendo jefa de todas las enfermeras de la zona franquista Mercedes Milá, única mujer presente en el escalón superior del mando sublevado, el Cuartel General del Generalísimo, establecido en Salamanca.

En el campo republicano también las escasas doctoras y conductoras de ambulancia y las numerosas enfermeras tituladas y auxiliares eran voluntarias y civiles, si bien cerca del final de la guerra (diciembre de 1938) parece que sí fueron incorporadas al Ejército popular como personal militar de pleno derecho, reconociéndoles la graduación que hubieran ganado. De ser así, esto marcaría un hito en la historia militar española, por tratarse de las primeras mujeres que ingresaron de pleno derecho en los Ejércitos (hoy diríamos Fuerzas Armadas). La procedencia de las enfermeras españolas era generalmente la Cruz Roja, el Socorro Rojo Internacional o las organizaciones del Frente Popular, existiendo otro importante contingente que, como las Brigadas Internacionales, llegó desde múltiples países para apoyar a la República. Este último grupo de enfermeras internacionalistas fue diverso en cuanto militancia política y motivación para involucrarse en la guerra española, pero todas compartían  sentimientos antifascistas y solidarios muy fuertes. Estas mujeres y sus compañeros varones primero formaron parte del Servicio Sanitario Internacional y después de su organismo sucesor, la Ayuda Médica Extranjera.
Según parece, en ninguna de las dos zonas escasearon las enfermeras, ya que ese era el mejor (y prácticamente único) empleo que permitía a las mujeres poner en juego su compromiso político, religioso o moral integradas en un Cuerpo o Servicio militar y además, garantizaba el acceso a un alojamiento y una manutención dignos y suficientes, algo nada despreciable en situación de guerra. En ambas zonas hubo entre las enfermeras/os, camilleros/as, practicantes, conductores/as de ambulancia y doctores/as un trabajo de alta calidad y abnegado, pero también se produjeron varios casos de espionaje y sabotaje en favor del esfuerzo de guerra contrario, lo que podía materializarse en el fomento del derrotismo y la deserción, en alargar y entorpecer la curación de los heridos y enfermos que se tenía a cargo o en provocar su inutilidad para reincorporarse al servicio mediante amputaciones evitables o directamente, su muerte por tratamientos o medicación adrede incorrectos.

Mujeres en primera línea

Por ser muchas menos que las presentes en los hospitales de campaña y retaguardia, y por estar mucho mejor identificadas, resulta más fácil hablar de forma personalizada de las pocas mujeres de las que sabemos (aunque seguramente hubo otras más) que pasaron por el campo de batalla de Brunete en julio de 1937 o jugaron un papel importante junto a las tropas en esta zona y momento.
En el campo franquista se conocen estos casos:

-       María Luisa y María Isabel Larios y Fernández de Villavicencio 

      Enfermeras, fueron conocidas en la zona republicana como “las marquesitas”, tras ser capturadas por la 11 división de Lister en la ocupación de Brunete, primer objetivo de la ofensiva que dio comienzo el día 6. Fueron tratadas correctamente y trasladadas a Valencia, desde donde después serían devueltas a la zona sublevada en un intercambio de prisioneros, tras lo que se reincorporaron a su tarea, ahora en el hospital de Villaviciosa de Odón. En diciembre de 1937 fueron condecoradas con la Cruz Roja del Mérito Militar y acabada la guerra, una de ellas se enroló como enfermera en la División Azul, regresando a España en 1942. Una tercera hermana, Lucía Irene Larios (condesa de Revertera) organizó en 1938 centros de la Sanidad Militar en Villaviciosa de Odón, Sevilla la Nueva, Getafe, Villaverde y Seseña, recibiendo también la misma condecoración que sus hermanas.




En el campo republicano conocemos estos casos:

-       Gerda Taro. Alemana, de 27 años, fue, junto con el húngaro André Friedman, la creadora del personaje Robert Capa, un recurso que permitió a esta pareja de fotógrafos hacer llegar mejor sus imágenes y crónicas a varios medios gráficos franceses y norteamericanos. En julio de 1937 Gerda estaba en Madrid acompañando al II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas para la Defensa de la Cultura, lo que le permitió venir al campo de batalla de Brunete al menos en dos ocasiones para transmitir con sus fotos dos cosas fundamentales fuera de España: la esperada victoria republicana (que no se produjo) y la evidencia de la intervención fascista en favor de las fuerzas franquistas, un hecho conocido y tolerado por las “democracias” que a pesar de las evidencias, mantuvieron el Pacto de No Intervención, lo que dificultó en extremo el rearme republicano e hizo que este sólo dependiera de la URSS. Gerda Taro está considerada como la primera fotoperiodista de guerra femenina, siendo su trabajo importante sobre todo por su cercanía al combate y al peligro, una manera de acercarse a la realidad que le costaría la vida en la jornada final de la batalla, cuando se vio implicada en un accidente viario bajo las bombas de la aviación alemana, justo al norte de Villanueva de la Cañada.


   

-       Lisa Lindbaek. Nacida en Dinamarca en 1905, se trasladó a Noruega cinco años más tarde. En los años 20, mientras estudiaba arqueología, trabajó como corresponsal de prensa en Italia, lo que le permitió ver de cerca el ascenso del fascismo. Está considerada como la primera mujer noruega corresponsal de guerra, por haber cubierto el conflicto español para el diario Dagbladet. En esta función coincidió con su compatriota Gerda Grepp, que trabajaba haciendo igual función para el diario Albeiderbladet, pero de las dos, parece que sólo Lisa Lindbaek visitó el campo de batalla de Brunete, lo que hizo en compañía del escritor, también noruego, Nordhal Grieg, participante en el ya citado II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas. Ambos llegaron hasta la primera línea asumiendo todos los riesgos del combate para confraternizar con los combatientes de la compañía escandinava de la XI brigada internacional. Durante su estancia en España Lisa escribió la historia del batallón Thälmann de las BBII, y tras la derrota republicana trabajó en Francia para mejorar las condiciones de vida de los niños españoles exiliados. Murió en 1961. 


   

-   Sofía Bessmertnaia. Junto al contingente de asesores militares, aviadores, tanquistas y técnicos soviéticos que llegaron a la zona republicana para apoyar al Ejército popular existió también un grupo de unos 200 traductores e intérpretes, compuesto fundamentalmente por mujeres que fueron elegidos por su conocimiento de ambas lenguas, lo que implica que en la mayoría de casos carecían de formación militar previa. Su tarea era la de acompañar a los jefes y operadores soviéticos a todos los sitios donde estos fueran, lo que suponía asumir los mismos peligros que ellos bajo los bombardeos aéreos y artilleros y el fuego de las ametralladoras. Según palabras de Stern (Kleber), estas intérpretes siempre se mantuvieron disciplinadas aún en las peores situaciones, suscitando entusiasmo y admiración entre los combatientes españoles. Una de las más valientes y leales de estas combatientes fue la polaca nacida en 1893 Sofía Bessmertnaia, quién según ciertos testimonios, murió heroicamente en la batalla de Brunete, aunque también hemos sabido que pudo haber caído prisionera de las tropas franquistas el 25 de julio de 1937 y ser condenada a 30 años de prisión, aunque habría sido liberada en 1944, tras lo que salió a Argelia, desde donde pudo regresar a la URSS.

-       Encarnación Hernández Luna. La escasa información disponible sobre ella sitúa su nacimiento en Beneixama (Alicante), sin conocerse el año. Fue voluntaria desde el primer momento en las filas del 5º Regimiento de milicias, y al constituirse el Ejército popular se incorporó a la 11 división, mandada por Líster. En esta unidad, que en julio de 1937 estaba formada por las brigadas 1, 9 y 100, ella fue capitana de Ametralladoras. Entonces ya estaba casada con Alberto Sánchez, el jefe cubano de la 1ª brigada mixta, quien morirá el 25 de julio a causa de un bombardeo en la batalla de Brunete. Instruida por el asesor soviético Rodimtsev (Pablito), se decía que Encarnación tenía una enorme destreza en el manejo de la ametralladora. En la batalla del Ebro ya había alcanzado el grado de mayor de milicias, equivalente a comandante, siendo seguramente la mujer que más alto ha llegado nunca en un Ejército regular en combate en España. Falleció en 2004 en Quebec (Canadá).




Mención aparte merece la destacada líder del Partido Comunista Dolores Ibárruri. No por haber trabajado en la zona de los ejércitos ni por haber entrado directamente al campo de batalla de Brunete mientras se combatía en él, sino porque Pasionaria, seguramente la mujer políticamente más visible y destacada durante la GCE, estuvo presente en la zona de repliegue de las fuerzas del Ejército de Maniobra tras los 20 días en que este combatió. Allí participó en un mitin destinado a sostener y reforzar su moral de esas tropas tras la dura prueba pasada y las crecidas pérdidas que soportaron. Este acto masivo parece haber tenido lugar en Villalba, Moralzarzal o Cerceda, y las fuerzas son de la XI brigada internacional de la 35 división, y en las fotos que se conservan el general Walter aparece junto a Pasionaria en la tribuna. Otras fotos de esos mismos días muestran a Pasionaria junto a soldados y oficiales de la 11 división de Líster, lo que confirma que tuvo un contacto continuado con las tropas durante esos días.




El rigor de la guerra no daba tregua y, acabada la ofensiva de julio, el Estado Mayor Central dirigido por el coronel Vicente Rojo pronto empezaría a preparar la siguiente operación para intentar salvar el norte republicano. Las tropas escogidas, básicamente las mismas que habían luchado en Brunete, subirían a los camiones pocos días después, y tras ellos irían los hospitales de campaña sobre ruedas con sus enfermeras del Ejército del Centro. Pronto, antes de que terminara ese terrible verano de 1937, ellas estarían trabajando junto a sus compañeras aragonesas para atender las bajas de la batalla de Belchite en los hospitales de Azaila o Puebla de Hijar.   

Ernesto Viñas.